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En una ciudad pueblo llamada Río Seco, en un tiempo pasado relativamente reciente que no se precisa, un trío de improvisados traman y ejecutan el secuestro de un conocido y adinerado ingeniero, Juan Javier Busaniche. Las razones que llevan a cada uno a intervenir en el delito son: para Runflo “El Vizcacha” Pérez, la venganza; para Roberto “El Sandro” Sánchez, la inconsciencia y, en el caso del protagonista, el abogado  Carlos Alberto “Pirulín” Basaldua, el desatino. A medida que avanza la historia va tomando envergadura la figura del Comisario Humberto “El Bala” Gutiérrez, un duro de otras épocas. 

En esta novela ‒que adquiere un vértigo gradual, pero sin pausa, hasta llegar al “sin aliento” y en la que todo, desde el principio al fin, sale mal‒, el hecho policial, plagado de absurdos, es una excusa para tratar dos grandes temas humanos: la estupidez y la eterna dicotomía entre el libre albedrío y el destino.

Todos los personajes, principales y secundarios ‒de una gran carnadura, al punto que parecen saltar de las hojas‒, son atravesados por los interrogantes que dejan planteados los hechos que nunca debieron ser; los actos que jamás debieron ejecutarse; las palabras que no debieron pronunciarse; los “si” que debieron ser un “no”; todos los personajes, en fin, son tocados y llevados a reflexionar sobre las causas y consecuencias o inconsecuencias de los sucesos del diario vivir.

El lector disfrutará de una obra literaria que tanto encuadra en el policial sin sombra, como en la novela de costumbres. 

Los textos de Lis Claverie despiertan curiosidad e intriga en el lector. 

La intensidad y tensión de su narrativa, sumadas al énfasis del tono emocional de las historias, involucran y atrapan al lector de manera sutil. A su estilo fluido, su riqueza de vocabulario y su prosa poética, salpicada con imágenes originales, se añaden la ironía, el humor reflexivo, los giros imprevistos y los finales inesperados o mordaces. 

En cuanto a los personajes de sus obras, es oportuno subrayar su habilidad para crear y retratar personajes impregnados de profundidad psicológica: ellos son reales y creíbles; en algunos casos, desopilantes.  Imposible no sentir empatía por ellos, porque la narradora logra que el lector entre en la piel de sus protagonistas y pase de la compasión a la rabia o del sarcasmo a la pena. 

Nadie queda ajeno o no es tocado por sus historias.

Mercedes Carreira

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